lunes, 23 de diciembre de 2013

Donde estalla la oscuridad.

     Está oscuro fuera. Puede ver su reflejo en la ventana que está frente a ella, deslumbrado por la luz de una farola que rompe la negrura. Sus rasgos delicados y sombríos no muestran más que una máscara alejada de cualquier realidad, ¿no es así? La manta que oculta sus hombros resbala, empujada por un escalofrío que recorre su espalda. Observa su propia imagen del cristal, sin reconocerse realmente. Mira con detenimiento sus ojos, procura llegar a una conclusión, intenta buscarle algún significado a que parezca que son profundos huecos opacos teñidos por la noche. Los cierra, despacio, dejando que las dos sábanas castañas a las que cualquier otro habría llamado pestañas arropen los espejos del alma (que por algún casual resultaban indescifrables).

     Acoge una amplia bocanada de aire, cargado de su presencia, y alza una mano para enredarla en sus desordenados cabellos encrespados. Vuelve a colocarse la manta y se abraza a sí misma , imaginando que es otra persona. Piensa en cómo esa muestra de afecto la reconforta por dentro y esboza en su mente la forma en la que su cuerpo conduce una cascada cálida y electrizante. Echa la cabeza hacia atrás, dejando su cuello al descubierto y traza una sonrisa traviesa. Vuelve a tomar oxígeno y lo suelta entrecortadamente. Desgarra el aire con un grito suplicante. La farola que ilumina el momento oscila, cada vez más, hasta que la bombilla estalla y todo se tinta de completa oscuridad.

     (Y de sollozos imperturbables).

   


lunes, 18 de noviembre de 2013

El Cuaderno de las Tapas Rojas.

     Rojas, como la sangre, que le hierve cada vez que escribe. Rojas, como el cielo que la cubre cuando siente que puede con el mundo y más allá, o el mundo puede con ella. Rojas son las tapas de su cuaderno, aquel que nadie ha podido curiosear nunca. Es tan suyo, que ni siquiera se permite leerlo ella misma cuando no es tinta lo que recorre sus venas.

     En él hay páginas destrozadas de la fuerza que ejerce la pluma al sentir odio, puro odio. Otras tienen marcas de salpicaduras, lágrimas, escritura casi ilegible, pues cuando fueron escritas, los ojos que constataban aquello que quedaba perenne en papel, estaban demasiado nublados. Hay algunas que tienen huellas de tazas de café, o pequeños pedazos de hojas secas, que quedan atrapados en los relatos más tranquilos, en los que los colores son suaves, espumosos, o delicados. En las narraciones espinosas, las que son más chispeantes, si te fijas bien, se pueden entrever marcas de arañazos.

     Ese cuaderno es su pequeño álbum de fotografías, donde enmarca los momentos con las palabras precisas, describiendo cada sensación de la forma más perfecta que puede, para que no se pierda. Hace eternas a las personas que quedan impresas entre esas tapas. Sella como perpetuos todos los movimientos que han acontecido alguna vez en cada una de las historias narradas ahí. Todo queda guardado, en terreno infinito; pero nadie puede tocarlo, nadie puede leerlo.

     (Hasta que las palabras se las lleve el viento, como siempre acaba pasando, y lleguen a oídos de alguien).