lunes, 18 de noviembre de 2013

El Cuaderno de las Tapas Rojas.

     Rojas, como la sangre, que le hierve cada vez que escribe. Rojas, como el cielo que la cubre cuando siente que puede con el mundo y más allá, o el mundo puede con ella. Rojas son las tapas de su cuaderno, aquel que nadie ha podido curiosear nunca. Es tan suyo, que ni siquiera se permite leerlo ella misma cuando no es tinta lo que recorre sus venas.

     En él hay páginas destrozadas de la fuerza que ejerce la pluma al sentir odio, puro odio. Otras tienen marcas de salpicaduras, lágrimas, escritura casi ilegible, pues cuando fueron escritas, los ojos que constataban aquello que quedaba perenne en papel, estaban demasiado nublados. Hay algunas que tienen huellas de tazas de café, o pequeños pedazos de hojas secas, que quedan atrapados en los relatos más tranquilos, en los que los colores son suaves, espumosos, o delicados. En las narraciones espinosas, las que son más chispeantes, si te fijas bien, se pueden entrever marcas de arañazos.

     Ese cuaderno es su pequeño álbum de fotografías, donde enmarca los momentos con las palabras precisas, describiendo cada sensación de la forma más perfecta que puede, para que no se pierda. Hace eternas a las personas que quedan impresas entre esas tapas. Sella como perpetuos todos los movimientos que han acontecido alguna vez en cada una de las historias narradas ahí. Todo queda guardado, en terreno infinito; pero nadie puede tocarlo, nadie puede leerlo.

     (Hasta que las palabras se las lleve el viento, como siempre acaba pasando, y lleguen a oídos de alguien).