Las campanillas que rozan con la puerta al abrirse han tintineado; el suelo de madera cruje al pisarlo, y una fuerte fragancia que es la mezcla de miles de aromas le envuelven, casi atravesando su cuerpo e impregnándole de todos los olores posibles. Alza la voz para preguntar por la persona encargada de la pequeña tienda que ha encontrado por casualidad, casi escondida en un callejón olvidado; pero enseguida siente que invade el lugar con sus palabras.
Un hombre encorvado, cubierto de arrugas que parecen pintadas con el extremo del pincel más fino, se acerca al mostrador (un gran escritorio, también de madera, cubierto de frascos de todos los tamaños). El tiempo tiene un concepto diferente en este lugar, pues se cree que puede decidir cuánto durar, y en cualquier otro sitio, viene servido en bandeja y sin posibilidad de devolución. No sabe lo que ha tardado en llegar hasta aquel anciano, ni sabe la cantidad de momentos (si se pueden medir así) que ha empleado en admirar la obra de arte en la que está convertido el espacio que le rodea.
Las estanterías, oscuras, como el suelo y el escritorio, cubren todas las paredes. Almacenan tarros de formas diversas, que a su vez enjaulan en su interior una infinita variedad de olores. Se acerca a fascinarse con toda la colección de botes, que comprenden una inmensidad de esencias atrapadas. "Violetas", "Lluvia", "Acuarelas"... Cada recipiente con su color y diseño adecuados.
Gira la mirada hacia el propietario, y descubre, perpleja, que se encuentra a su lado. Ha tomado la delicada mano de ella entre las suyas arcaicas... y huele. La atrae más hacia él, y continúa inspirando su aroma a lo largo de su brazo, con los ojos cerrados. Se aparta y respira profundamente. «Tendré que hacer hueco, pero tengo tu sitio.» Su voz profunda es otro de los aspectos llamativos del peculiar personaje. La chica no entiende sus palabras, pero no le inspira desconfianza, así que le sigue cuando él le indica que se aproxime, con un gesto. De pronto, es rociada por un líquido transparente e inodoro, que toma un color rosa palo, límpido. La etiqueta del frasco expone su nombre, con una caligrafía negra excelente; es su propio perfume, su olor envasado.
«Aquí podrá encontrar todos los olores que se encuentran en alguna parte de lo que usted llama mundo.» Todavía sorprendida, vuelve a los estantes, y se fija en los frascos que antes parecían escondidos: "Abrazos", "Francia", "Nostalgia". También ha encontrado una multitud de nombres propios, de contenido parecido al que el señor acaba de crear con su fragancia particular, pero con la de cada persona que se oculta tras esos apelativos desconocidos.
«La felicidad, ¿cómo huele?»
No obtuvo respuesta. Ni aquella, ni todas las siguientes veces que se adentró en esa peculiar estancia. Hasta que un día conoció a un muchacho en una cafetería de Madrid; su nombre correspondía con uno de los que había encontrado escritos en los botes de la singular tienda, en su primera visita. Y se dio cuenta de que los nombres que fue capaz de ver, se manifestaron a sus ojos porque realmente los necesitaba. Pudo ver solo las vasijas de cristal que estaban ausentes en ella, y por lo que ganaría al encontrar su contenido, las esencias que impregnarían su vida.
(Y el olor de la felicidad lo encontraría al final, cuando todos los demás aromas desaparecidos se reunieran, cuando el perfume de cada uno de ellos ya hubiera sido gastado y tocara el fondo del recipiente.)