domingo, 9 de marzo de 2014

Pétalos olvidados.

     Como un café cubierto de pedazos de hojas secas que han ido tropezando con el viento, y aterrizando en la taza olvidada hace ya varias semanas. El libro que le acompaña, sobre la áspera mesa de madera astillada, tiene en su interior, olvidados, unos cuantos pétalos de amapolas secas. Éstos quedaron sueltos hace un par de días a manos de unos pequeños traviesos que jugaban a casarse y ser mayores. Tomaron prestadas algunas de las rojas flores que adornan el amplio campo, el que está cerca de su casa. Con ellas hicieron una hermosa corona, atando los tallos.

     La niña más alta, la que tenía el pelo rubio ceniciento y unas sobresalientes orejas (que marcaban su parentesco con el chiquillo que más gritaba), iba a ser la afortunada de contraer matrimonio con el chico más guapo de todas las casas de los alrededores. Habían estado preparando esa boda desde hacía tres días (mucho tiempo, para personas que todavía se pierden cuando tienen que contar hasta diez). Todas las niñas que solían jugar juntas a la comba estaban entusiasmadas, y ya estaban discutiendo sobre el nombre que tendría el futuro bebé. Los niños vistieron a su amigo con viejas telas que encontraron por las diferentes casas, y después le cubrieron con toda la imaginación que pudieron reunir. Estaba radiante.

     En alguna parte del mundo, seguro que alguien habría tenido un mal día. Pero no fue el caso de todos ellos. Fue la tarde de las tiaras de flores, de la creatividad convertida en el más maravilloso de los trajes, de la brisa acompañada de pizcas de plantas coloreadas de tonos carmesí, perdidas en el café, (para endulzar su amargura).

Para Isa.

     No se me ocurre mejor manera de soltarlo todo que escribirte. (Que escribirte a ti, o escribir para mí, para todo el mundo, para nadie, o yo qué sé). Necesito salir de la barrera que me mantiene en este estado de inquietud, de incertidumbre, de no saber realmente lo que ha pasado, en qué momento empezó todo, por qué. No sé cómo levantarme después del golpe (y sonará duro, pero tú tampoco puedes).

     No recuerdo la última vez que te abracé. Se acabó. ¿Cuándo habría sido si no...? bueno, eso. Quizás la misma última vez que es ahora mismo, pero quién sabe. Lo repetiré una y mil veces, no me gusta echar de menos, no quiero echarte de menos. Te echo de menos. Y si es así para mí, que no sé cuándo fue nuestro último abrazo, nuestra última conversación de verdad, la última vez que me miraste (que me miraste, no que me viste), ¿para los que sí recuerdan?

     Fuiste el último día sombrío, no te dio tiempo a ver florecer a los almendros. Duele. A ti más, supongo. No lo sé. Quizás ya no. Te diría que no te vayas; creo que es tarde. ¿Y si hubieras podido ver todo esto? Nadie lo sabe. Ni siquiera creo que tú lo supieras. ¿Si fueses, ahora, después de todo, ser capaz de ver las lágrimas? Dónde estás. Dime, ¿quién fue la persona que llegó a conocerte de verdad, alguien? No es fácil darse la vuelta, o sí. ¿Qué hago yo hablando de esto, qué busco, qué me pasa? Girarse y volver. Es tarde. Ojalá no lo fuera. Lo fue en ese momento. Podría no haberlo sido. Ya no sé ni lo que digo. Tengo frío.

    (Nadie muere y desaparece).