sábado, 25 de enero de 2014

Cuando no es nada más que todo.

     Inspira fuerte, cierra los ojos, deja caer sus párpados pesados, suelta el aire que anteriormente ha cogido. Noche en vela, porque sus pensamientos no dejan que descanse. Cuando se te acumulan historias, cuando vuelven los recuerdos, cuando no es nada más que todo, todo junto y a la vez, o todo es simplemente nada; cuando eso ocurre, quizás ya no hay nada que hacer. Por eso escribe, desliza sus dedos sobre las teclas de una vieja máquina de escribir, le gusta su sonido. Pero cuando ese todo que es nada, o ese "nada", que en realidad es todo, es demasiado como para no dejarle distinguir la forma de las letras a través de la capa vidriosa que impide distinguir el color de su iris, entonces es cuando coge la pluma. Moja el extremo en un pequeño recipiente que únicamente tiene el fondo manchado de tinta, y coge su cuaderno de páginas amarillentas (y tapas rojas). Cierra los ojos, dejando que las lágrimas resbalen por sus mejillas hasta llegar a los labios, donde mueren agotadas. Y así, ciega de impotencia, deja que su mano vaya creando líneas casi ilegibles de color negro, que solo ella será capaz de descifrar. Vuelve a tomar y a soltar aire profundamente. La muerte no es un juego. (Pero ella acababa de matarse a sí misma entre las páginas de su cuaderno, cubierta de lágrimas saladas, y sangre de tinta).

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