domingo, 12 de enero de 2014

Suspiros ahogados.

     Está sentada en una terraza, en el centro de Madrid. Es una imagen impactante para los caminantes que pasan por las aceras cercanas, pues es pleno enero y la lluvia cae como si estuviera siendo arrojada desde las nubes, simulando una fuerte cascada. Pero a ella le gusta sentir el agua resbalando por sus cabellos empapados, que se le pegan al rostro y camuflan las lágrimas. Lleva veinticuatro minutos ahí sentada, hace veintidós que pidió un capuchino. El camarero simula que se ha olvidado de su presencia para no tener que salir a la calle, helada y empapada, pero ella tiene algo que le llama la atención, y opta por llevarle su café, con tres terrones de azúcar, como pidió anteriormente. La chica no alza la mirada para darle las gracias, y nota un deje de decepción en el joven, que vacila al tener que irse, y acaba por dar media vuelta y marchar. Ella eleva una de sus comisuras, esbozando una media sonrisa. Cierra los ojos y da un sorbo a su taza, que pronto se enfriará, y endulza sus rosados labios sin dejar ninguna marca. (Porque hay días en los que no hay que dejar marca, y por eso no se ha dado el toque rojo que le caracteriza. Solo que sí ha dejado huella, en aquel chico que no deja de mirar).

     Los escalofríos recorren sus empapadas ropas y sus calados mechones. Echa una última mirada y descubre ilusionada que él también estaba observando.  Suspira, y ahoga los suspiros en aquel último café. (O el penúltimo, para que él vuelva a acercarse a ella, para tener más motivos por los que suspirar).

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario