sábado, 26 de abril de 2014

El chubasquero olvidado.

     Le vino a la mente, sin haber sido invitado (porque esa era la manera en la que funcionaba todo aquello). Se puso su chubasquero rojo, y se lo quitó cuando notó que la lluvia empezaba a caer; necesitaba mojarse. Rompió charcos, separándose sus gotas de niebla condensada en mil lunares para el asfalto, casi invisible, a la oscuridad de aquella noche. Lo más fácil sería volver a casa y meterse en la cama (pero el camino simple, suele ser el más aburrido). 

     Fue noche de ríos dibujados por su espalda. Y de pensamientos, imaginándose los dibujos que harían en la de él. Un chubasquero rojo quedó olvidado a los pies de una farola.

     Se echaba de menos a sí misma. Suponía que ese era un problema al que debía dar bastante importancia (solo que no se la daba). Bailó para olvidar. O para recordar. O para ordenar sus pensamientos. Todo ello obtuvo un "hecho" aquella noche. Se empapó (a pesar de odiar la lluvia) y volvió contenta a su casa (o algo así).

     Sería la futura culpable del resfriado del que enfermaría su almohada a causa del frío y mojado cabello con el que se había acostado. (Y se durmió contando los paréntesis que le había dedicado.)

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